Jun 23 2025

Una nueva tierra, una misma confianza: así llegamos a Perú

La Providencia de Dios, que siempre nos sorprende con sus caminos, tenía preparada una nueva misión para nuestra Congregación. Y así, el 5 de diciembre de 2009, tres hermanas —Hna. Ana María Rodríguez Reyes, Hna. Dolores Acevedo Llopis y Hna. Isabel Pérez Sevilla— emprendimos rumbo a Perú, llevando en el corazón el deseo de extender su inmenso amor.

Nada estaba al azar. Todo había sido cuidado por esa ternura divina que guía incluso en lo desconocido. A nuestra llegada, nos instalamos provisionalmente en un apartamento gestionado con generosidad y cariño por Consuelo Jiménez Domínguez, hasta encontrar un lugar definitivo cerca del espacio donde desarrollaríamos nuestra misión pastoral. Fue el propio Cardenal de Lima, Su Eminencia Juan Luis Cipriani Thorne, quien —a través de monseñor Adriano Tomasi, obispo auxiliar— nos encomendó la labor en la Parroquia La Encarnación, ubicada en el Cercado de Lima, donde el P. Víctor Solís Alfajeme era párroco desde hacía un año.

Primeros pasos, tierra nueva

Los primeros días estuvieron marcados por el encuentro. Visitamos a monseñor Tomasi, conocimos la parroquia, nos familiarizamos con el entorno y vivimos una Navidad especial junto a nuestras hermanas en Bolivia. Al regresar, iniciamos la búsqueda de una vivienda más estable desde la cual poder iniciar, poco a poco, la tarea misionera que Dios nos había confiado.

Finalmente, nos establecimos en una casa alquilada por la Conferencia Episcopal Peruana, situada en Jr. Estados Unidos 842, que se convirtió en nuestro primer hogar en Lima.

Echar raíces, levantar vida

Con sencillez y esperanza, fuimos adaptándonos al barrio, acomodando la casa, legalizando documentos, redactando los estatutos para esta nueva presencia y, sobre todo, dejándonos guiar por la Providencia. Cada pequeño paso era una oración encarnada.

Uno de los momentos más significativos fue el 24 de marzo, cuando estrenamos el pequeño oratorio de la casa, bendecido por monseñor Tomasi. Fue un espacio sagrado que nos sostuvo desde el silencio, el encuentro con Dios y la certeza de que estábamos donde Él nos quería.

Una misión que crece

Desde entonces, nuestra labor pastoral se centró en la Parroquia La Encarnación, pero pronto el amor de Dios abrió nuevas puertas. Comenzamos a colaborar en otras parroquias, colegios, con el Obispado Castrense, y en actividades con niños, jóvenes, familias y comunidades. La misión crecía… pero no era nuestra: era suya.

Hoy, mirando hacia atrás, damos gracias por cada paso dado, por cada persona encontrada, por cada reto asumido. Esta misión en Perú no solo es presencia evangelizadora, sino también semilla vocacional: un espacio donde jóvenes de Perú y Bolivia pueden formarse y prepararse para continuar extendiendo el mensaje de amor y providencia que nos mueve desde el inicio.

Y así seguimos…

Seguimos confiando. Seguimos sembrando. Seguimos dejando que sea Dios quien nos guíe.

Porque Él es el que llama, el que envía y el que sostiene. Y donde está su amor… ahí queremos estar.

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